SEGURIDADES
Dices que no hay respuestas,
que no has hallado aquello que buscabas.
Difícil es hacerse a la renuncia
de seguir apostando.
Con trabajo ganamos las mínimas verdades,
y nos vamos del mundo sin conocerlo apenas.
Te invade, sin embargo, esa melancolía
que traen los años últimos, cuando ya nada asombra
y vamos de regreso con cierto desencanto.
Habrás de conformarte, y contener tu orgullo
en los muchos obstáculos que conlleva la búsqueda.
Desconfía, no cedas mientras vivas.
A veces nos sorprende un bien que no imaginas,
e invade la conciencia de belleza y respeto.
Los días se detienen si te acercas
y quieres recibir lo natural que ofrecen.
Hoy esperan los bienes de la tarde
en el alto escenario de la plaza,
que colma el imafronte y su belleza.
Guarecido en la piedra, un músico sonríe.
Venturoso poder presenciar el instante,
y disfrutar con creces el milagro.
Posible que las horas te parezcan distintas,
y ayuden a templar nuestras limitaciones,
que no han de ser por ello motivo de tristeza,
más bien digna cordura en el empeño.
(Señales)
MENSAJE
De repente, esta tarde, agosto dos mil nueve,
aparece en la mesa un pequeño papel,
sólo con dos palabras y letra inconfundible.
Hace más de una década que nos dejó su autora,
y ahora este papel tan inocente
sobre una mesa con un orden distinto,
y no en el domicilio donde ella convivía.
Un vuelco de recuerdos recibo en este instante
de la mujer sufriente que quiso ser amada.
Nos cuidó en aquel tiempo a cambio de ternura,
de susurros y afectos, con besos repetidos.
Perdonó nuestros gestos y reproches.
Quiso viajar a los lugares santos.
Seguro que por fin lo ha visto todo,
y su corazón bueno nos alienta.
Quizá sea un regalo este papel,
un aviso prudente, inesperado,
acerca de nosotros y nuestras pobres vidas.
(Señales)
MONÓLOGO INÉDITO
Sólo con nueve meses, tan lejano y tan cerca.
La hermosura festiva entre mis brazos.
Sin hablar, ¿qué más puedes?
Un secreto detrás de tu mirada,
que saber no es posible.
Miguel, yo bien quisiera
penetrar el misterio de tus ojos marrones;
saber que mis caricias no son vanas.
Esta tarde de junio estamos solos.
Con nosotros el mar que no comprendes.
Detenerte quisiera, que no avances.
Retener tu inocencia, las luces que declinan;
el instante feliz junto a la playa.
Mas el tiempo no escucha
y pasa inexorable.
Cuando ya tus pupilas dejen caer el velo
y surjas en los años de tu espacio ignorado,
ya no estaré contigo, ni existirá esta tarde.
(El árbol)
BÚSQUEDA DE UNAS HUELLAS
Guardaba huecos vanos una parte del tronco,
aquella más cercana al humo de la tierra.
El hombre a su cuidado quiso ver las carencias
como propio reflejo de su ya larga vida.
Detenido en el huerto, con éstas y otras cosas,
un rayo de sol fuerte abrillantaba el árbol,
y se sintió orgulloso por su trabajo fiel.
A la felicidad se unían aflicciones
de orfandades y ausencias con los ecos del luto.
Llegó el luciente mayo, y este hombre de Dios
cogería su hato para partir muy lejos.
No era buen viajero. Odiaba las esperas,
el danzar en el aire... Y los padecimientos
que conllevan los viajes, hasta los más gozosos.
Pero quería ver de dónde su progenie
para entenderse más siendo distinto.
Pidieron su apellido y datos personales;
el don de la paciencia como bien necesario
(cuando se sale al mundo que es también de los otros).
Y le reconocieron por su mirada glauca,
por cuanto los isleños tienen de fulgurante.
Al llegar a buen puerto, al cielo daba gracias
en la tierra tan viva, que besó con respeto.
Y disfrutó con júbilo su hallada identidad.
También vio un Caravaggio en San Giovanni.
¿Qué más puede pedir un mal viajero?
Malta, 1993
(El árbol)
SOMBRA
Al regresar prefiero traer lo más lejano,
aquello que llegando ilumina los sueños,
y descubro que soy de otro tiempo la sombra.
Fueron días pausados y dichosos
porque nada en el cielo es pasajero,
y yo miraba entonces el techo de los campos,
los turnos de la luna que ahora traigo aquí,
tratando de hacer luz en diferente espacio
con las cosas que son de tan dulce memoria.
Hoy vuelvo a los lugares y evoco las palabras,
el sentir jubiloso y la hermosura.
La vida que ya fue dará lustre a los restos,
disfrazados de ayer, simuladores,
sin querer aceptar las cuentas adelante
e ignorando qué hacer con la viviente sombra
que apuesta su razón a este poema,
a la ciudad que habita, a unos pocos amigos,
y al amparo sereno de quien con ella vive.
Porque todo es distinto, y ya distante
el vigor de los cuerpos con su brío,
y esa luna feliz que nos amaba.
En el declive somos la sospecha
para aquellos que son un sueño y se resisten
a ver en nuestra sombra la futura evidencia.
(El engaño de los días)
RECORDATORIOS
I
Hoy viene a la memoria
la ancianidad doblada junto al fuego,
prendida la mirada en la llama ondulante
que inquieta zigzaguea.
Yo no tenía historia para advertir entonces
el perfil aquilino de mi abuela.
Ella era a mi lado la cierta referencia.
Me hablaba de la luna, del estrellado cielo,
de los hombres que mueren en la guerra.
Las dos junto a la lumbre oyendo el crepitar
de las cepas resecas,
en un cuadro feliz a esas edades.
Todo fue en el comienzo,
sin letras que juntar ni abecedarios.
Era su nombre abuela, y me bastaba.
Si el pan entre las manos, ella decía pan,
y después lo dejaba en mis manos pequeñas.
Poderosa sabía de las horas,
según la raya justa marcada en el alero.
Me abrigaba en el lecho
con su cuerpo anchuroso de manteca;
y despertaba el día con palmadas,
dejando que la luz invadiera la estancia,
que yo aprendiera a ver tanta armonía
desde tan poca cosa.
II
Mi abuela
no fue una dama gris en las alturas,
sino mujer de negro con rostro de alegría,
sabiendo de este mundo por su mismo trasiego.
Estuvo en las infancias,
salvadora del miedo y de la guerra.
Viajes a sus historias de fantasmas fingidos
y linajes oscuros.
Luchó por ahuyentar presagios y tristezas.
Nunca pudo soñar
que yo viajara un día a Capadocia,
o, emocionada, viera una virgen de Giotto.
Se fue cuando no estaba. En el patio encalado
anunciaba su flor el jazminero.
(El engaño de los días)
AMIGO
El esperado adiós hoy finaliza.
Otro trecho de vida a nuestra espalda.
Ya no vendrás en tren a visitarnos
para intentar decir con firme aliento
hasta hacernos llegar lo inexplicable.
Hoy el destino quiere que seas el primero
en desvelar lo oculto.
De la verdad sabrás, tú, solo, en la otra orilla.
(Aun a oscuras)
SOL DE LA VIÑA
Sobre la viña el sol espejea en los pámpanos.
Este apreciado bien surge deprisa,
más que la oculta luz, tan deseada.
Temo que vuelva el tiempo de marchitas apuestas,
y lucho por salvar el cansado entusiasmo
para seguir serena
hacia el lugar que llama en lo secreto.
Crece el tiempo, casi llega a la boca.
Quiero permanecer donde fui siempre;
ahondar en la pasión
capaz de mitigar las desventuras.
Que los claros alivien las insistentes sombras,
y un beso, de señal, mi frente roce
para saber, al fin, como el sol de la viña,
dar luces al verdor, y agradecer el gesto.
(Aun a oscuras)
INSTANTÁNEA
Del brazo de mi padre por la avenida airosa
en busca del amigo, que al fin vimos.
Era marzo con sol y se acercó un fotógrafo
dispuesto a detener aquella escena.
Nuestros abrigos largos, la sonrisa;
el gozo elemental de la existencia
marcado para siempre en blanco y negro.
Presidía la puerta de Alcalá,
con sus rosas y grises en la piedra,
rodeada de atmósfera inocente.
Han transcurrido más de treinta años
y atravieso el lugar en automóvil;
al paso, las arcadas de piedra ennegrecidas,
su insolente esplendor ajeno a la premura.
Voy a ver al amigo, anciano y solo.
Es primavera inquieta, sin fotógrafo,
y mi padre no está.
(Lugares de paso)
ALVARADO
Quién pudiera dormir sin haber sido,
sin llevar a la noche tantas escenas muertas
que tornan nuestros sueños infelices.
Entre las limpias sábanas, el cuerpo se detiene.
Previa la oscuridad, donde se alojan
momentos y lugares, nos poseen y rompen
todas las armonías.
Esta noche de julio es Alvarado,
habitante del Bronx, quien me visita
con su angustia de una muerte temprana.
Viene, se posesiona, y punza su estilete.
Deja el lecho de ser albergue grato,
sólo desasosiego hasta el amanecer,
cuando Alvarado huye, se aleja entre la niebla,
hacia el rincón que ocupa en el recuerdo
de aquel lejano viaje.
(Lugares de paso)
SUPERVIVENCIA
Manifiesta un amigo
nuestra escasez de vida.
Con ademán de manos nos transmite
lo ido para siempre;
después, un resto sólo,
pequeño espacio incierto.
La gente alrededor
celebraba el verano,
y unos patinadores atrevidos
pasan junto a las mesas.
Tropieza la mirada
con el cercano andamio,
que encarcela una casa con balcones.
Mi amigo saborea un helado.
Habla de Baudelaire
y de lo inesperado en el poema.
Entre nuestras palabras,
el tan temido fin de este Planeta,
el despertar de África.
En la mesa contigua
alguien pide un refresco
mientras proyecta viajes.
Miro al cielo y ya es noche cerrada,
sin que una estrella salga en mi defensa.
(Lugares de paso)
XXXI
Si lo deseas, podemos visitar los sitios nuevos,
donde se toman copas y los jóvenes hablan
y se besan, ajenos por la dicha,
a pesar del volumen de la música.
Fui una noche y me sentí furtiva.
Ellos ni siquiera miraban.
En un rincón, con un vaso en la mano,
bebía sorbo a sorbo advirtiendo el disfrute
de los pocos años, tan distintos
a mis años de entonces (inclementes y tristes,
solitarios, pero también hermosos).
Fue allí, desde mi sitio aparte,
y casi despidiéndome del gozo de la vida,
donde aplaudí, y entonces me miraron.
(Las palabras lo saben)
XXXV
Los besos,
tantos ya, tan desiguales
por la ronca voz del tiempo;
la costumbre, y los labios,
de madera a veces,
otras fruto.
Porque el amor no pasa;
sí se torna afilado,
también sereno,
al quedarse más solo.
No tiene igual tu rostro
de las tardes:
la plaza se hace luces
por un instante;
parece que me esperas
de algún viaje
tras unas horas separados.
Después paseamos despacio,
compramos pan de avena
y las revistas,
tras detenernos
en los escaparates.
La humedad va filtrándose
a través de las ropas,
pero mayor el goce
de caminar por solitarias calles.
(Las palabras lo saben)
XXXVIII
Aquella casa
con ventanas y estores,
habitaciones húmedas,
y ropas con olor a membrillo,
nos recogía en la madrugada,
tras la fiesta
con baile y aguardiente,
donde resplandecían
nuestros cuerpos,
sumisos a la danza,
convidados por unas horas,
alegres al descubrir la vida,
girando, en movimiento.
Sin palabras.
Sólo el brillo de los ojos
al expresar la dicha,
apenas sosegada, y ya perdida
en los regresos de la alta noche,
cuando mudos y a oscuras
buscábamos las llaves,
y nos tendíamos
en la cama mudada,
en sus frías sábanas,
hasta que el despertar
mutilaba los sueños.
(Las palabras lo saben)
LYONS TEA
Aquí conmigo, objeto.
Repaso los contornos:
el rojizo color, el dorado herrumbroso.
Lyons tea
sobre la tapa, decorado de damero y leones.
Qualité de luxe. Export by (1929).
La vieja caja y su olvidado origen,
junto al papel, presencia.
(Diario abierto)
PASIÓN DE UN DÍA NECESARIO
En las horas se agolpa la tristeza
por el tiempo pasado,
por la vida que pude yo acrecer
en incansable lucha.
Son estas las batallas
de pasado y presente,
sin que posible sea
remediar lo ya ido...
Fuerte mi corazón agrede y sueña,
impulsa el despertar a la alegría,
a la pasión de un día necesario,
en otro mundo que ahora me recibe,
al que amo y temo, y me desasosiega,
en el que bebo sorbo a sorbo,
por si no hubiera más.
(Diario abierto)
LA TAZA DE SILESIA
En sus bordes los labios se detienen.
Es hermosa la taza,
con cenefa de rosas
y dorado filo.
Aromas de café, cantueso y menta, son más intensos,
porque la taza es honda.
La miro rosa a rosa,
y me produce gozo
el color y la forma;
el saber que otros labios
han podido apreciar este refugio,
que otros ojos se han deleitado.
Sobre la mesa no es un objeto más,
no es el adorno.
Lleva tras sí miradas,
manos,
labios.
Quizá un último suspiro,
un último sorbo,
o el hastío de las tardes.
(Diario abierto)
¿SOLOS?
Venturoso saber que alguien te espera
y sufrirá tus lágrimas,
que alguien en la mañana
une a tu despertar una caricia,
y ha contado muchas veces
el granero de tu cuerpo.
Soledades ahuyenta quien nos mira,
quien sabe compartir aquello que aprendimos,
y con nosotros se conmueve
ante las mismas cosas.
(Interludio)
LA MUCHACHA DEL PELO AZUL
Brindamos en la casa oriental;
el vino desterraba las sombras.
Bajo cálidas luces,
la muchacha del pelo azul
sentada junto al zócalo,
miradas atraía.
Hablamos de la muerte, de rostros devastados,
del juicio que merece la locura.
Humedecía el vino nuestros labios,
y la noche finalizaba.
(Interludio)
EL ÁRBOL PARAÍSO
El árbol paraíso nos albergaba
entre el huerto y la casa.
Sus cenicientas hojas
parecían tocar la media luna,
el firmamento, tan a la mano entonces,
y vivas las estrellas
a nuestros ojos de niños pueblerinos,
acercados a la naturaleza.
Recuerdo los atardeceres
bajo el árbol y su aroma,
donde un día me anunciaron
la entrega del arca
con los vestidos de mi madre,
a quien no conocí.
(Interludio)
FLUÍA EL PENSAMIENTO MENSAJERO
Te has entregado ya, y yo necesitaba tu presencia,
la imagen, tu hombro de pastor, y la alborada leve
de los días postreros. Sin tu regreso, mi vida habrá perdido
su último eslabón, la primigenia voz, leal y compañera,
ofrendada, durante tantos años, desde una tierra fértil,
conmovida de amor y mansedumbre.
Bien indecible, fugaz, en la última huída,
donde fluía el pensamiento mensajero: invocaste,
quisiste ser ausencia protectora, con la bandada blanca de palomas
que ornó tu transcurrir entre nosotros.
Acudiré veloz; la soledad me llama a buscar el silencio,
a recoger el haz engrandecido que dejó tu palabra: aviso sosegado,
jugoso labio, puntual en los comienzos de mis sendas,
donde acudías desde tu escaso libro, para enseñarme a ser entre las cosas.
Ha declinado ya parte de mi existencia. Es ahora
cuando el dolor fustiga un cuerpo lacerado, rendido,
sin inquietud de alas que impulsen a gozar la tarde de los trigos,
desde el recuerdo de tus ojos antiguos,
y la letra del himno nunca finalizado, letra de bienvenida,
cuando el aire invadía la suprema ganancia de, un poco más,
a los pulmones secos, en el manso final, carente de temores.
No lloraré tu noche. Pródigamente acudes a mitigar el llanto;
y llegas como brisa alentadora, sin consentir que acampe
en el oscuro estadio de las tierras marchitas.
(Voz perpetua)
MUROS DE HARLEM
Aquel muchacho, en Harlem, me besaba;
sus lágrimas tiznadas rociaron mi frente,
y el opio de la luz atardecida
nos condujo, rehenes y vasallos,
por la ciudad sin gesto.
No advertimos el atinado augurio,
esa señal de besos
cuando el tumulto muestra sus arterias.
Desazonaba el miedo abrochado a los cuerpos,
esculpidos distintos en su tinte moreno,
desairado reflejo misterioso
en la duda de Dios al recontar colores.
Las calles, indefensas, reposaron sus sombras
con la sola lucerna de los ojos.
Un arco iris pardo ahuyentaba la lluvia;
sobre el azul tristoso de los muros,
mugrientos goterones.
Harlem es una mueca,
un suspiro que fluye interminable,
y traza sus fronteras de llanto iluminado
por antorchas de humo.
No entendí aquellos besos sobre mi piel de greda,
pero conservo aún los círculos oscuros,
como quieta plegaria suplicante.
(Mnemosine)
SHAKESPEARE NO TUVO BICICLETA
Fue peatón de amores en Stratford,
Shakespeare no tuvo bicicleta;
levantó remolinos de tierra
en ardiente alegría
hasta cubrir distancias
y llegar a la casa
de Ana Hathaway,
que esperaba, y ofrecía el abrazo
a su fiel peregrino.
Ahora, los muchachos,
los amantes de Stratford,
van buscando en la ruta,
pero ya no hay señales:
fueron borradas por tantas bicicletas
que sólo el aire guarda
intactos los recuerdos,
palpitaciones vivas
del corazón de un joven.
(Antífonas)
EHEU, FUGACES...
HORACIO, Oda XIV, Libro II
Cuando vuelvas, ya no estarán aquí;
serán otros los que pinten los postes,
los que abracen a las muchachas rubias
y regalen mecheros automáticos;
habrá cambiado la moda su color:
los zapatos morados envejecen
sobre sus plataformas,
y, en un tiempo fugaz, se menosprecian.
Hoy he querido dilatar la noche
para oír la música del clavicordio,
que llegaba tenue desde la ausencia;
alguien supo sacar la melodía,
guardada tras el umbral del tiempo.
Las muchachas se fueron;
en su bolsa de paja
guardaban un “cassette”.
El autobús arrastró las sonrisas.
Un aire fresco me hizo preguntar:
¿estará aquí la verdadera melodía?
(El vaho en los espejos)
HABRÁ LILAS
Tiemblo
al pensar que, algún día,
ya no veré las lilas de los huertos
y no oleré la tierra
en caricia que esponja
ni cruzaré palabras
en mañanas de sol o niebla,
hermosas e incitantes.
He visto a mis amigos;
he sentido deseos de besarlos,
de poseer su aliento,
porque más tarde no habrá besos de ahora.
No me gusta creer
que las lilas perderán su existencia
tras los velos de la noche.
Han de existir,
porque también ignoro
si, en alguna parte o cerca,
hay presencias
que no palpo
y fueron siempre.
(El vaho en los espejos)
SELECCIÓN DE AFORISMOS
IDEARIO DE OTOÑO
Los extremos sacrifican la idea.
(pág. 21 [7])
Las mujeres pueden atravesar el desierto. Sólo se notificará que los hombres encontraron
el agua.
(pág. 22 [13])
El rigor no merma la libertad, la fortalece.
(pág. 23 [19])
Si llegamos tarde a cualquier etapa de la vida, enfadamos al destino.
(pág. 42 [94])
Al presenciar el estertor de un pájaro percibimos su desalojo.
(pág. 43 [99])
El humano tiende a agruparse; el problema es atinar con quién.
(pág. 48 [116])
La suerte del agua es escapar.
(pág. 66 [230])
Un irónico inteligente supo mostrarme el mundo, y me quedé con él.
(pág. 69 [209])
Tan cerca y tan lejos de nosotros mismos.
(pág. 71 [220])
Peces con los ojos prensados que recorren el mundo de lado.
(pág. 79 [257])
Un pobre que llega a rico mostrará una pobreza lujosa, escribe Jean Cocteau. Podríamos
añadir: un rico que en pobre se convierte mostrará lujosa pobreza.
(pág. 110 [28])
El acopio cultural no acrisolado puede ser mala compañía.
(pág. 110 [123])
Al genio hay que preservarlo de ruidos para que pueda oír las voces.
(pág. 120 [78])
He escuchado la definición más trágica del parado: el que no hace falta.
(pág. 128 [118])
EL CARACOL DORADO
Entendámonos: la cultura delante del progreso.
(pág. 31 [65])
No sé cómo Borges, que tanto amaba Buenos Aires, eligió como último destino un lugar
de la infancia que ya no existía.
(pág. 40 [98])
Leer es como abocar el mundo sobre la mesa e irlo degustando poco a poco.
(pág. 81 [32])
Los corrosivos hacen guardia para embestir.
(pág. 77 [13])
Van Gogh se olvidó de poner los girasoles en agua, y se petrificaron.
(pág. 90 [83])
Entrar en las cosas del espíritu requiere tiempo pausado. Finalizada la tarea, volver a
empezar.
(pág. 136 [315])
Acércate cuanto puedas a las personas y las verás florecer.
(pág. 138 [328])